sábado, 13 de marzo de 2010

Isabel I de Castilla

(Madrigal, 1451 – Medina del Campo, 1504)

Isabel I de Castilla, la católica, en contra de lo habitual en aquella época y desoyendo las órdenes de su tío el rey Enrique IV, se casó con quien quiso y con quien más podía ayudarla en sus ambiciones, su primo Fernando I de Aragón, el católico.
Se coronó reina propietaria de Castilla gracias a un montón de trampas y tras quitarse de en medio a los/las que le precedían en derechos. La última en resistir fue su sobrina Juana la Beltraneja, heredera legítima del reino.
Contrariamente a lo que se cree, nunca compartió el poder que le otorgaba la corona de Castilla con su esposo, nunca se fió de él, y fue precisamente ella la que guardó celosamente la independencia de Castilla sobre Aragón.
Fue una gran aliada de la Iglesia y su inquisición, y entre sus méritos para llevarla a los altares destacan algunas perlas como las de haber martirizado a musulmanes, judíos, americanos, africanos, herejes, brujas, artistas, científicos, hombres y mujeres de espíritu libre y a todos/as los/as que se desviaron de la moral que ella pretendía imponer en los extensos territorios que conquistó.
No cabría en una piscina olímpica toda la sangre que fue derramada en su nombre.



La historia que nos contaron…

En la oscura etapa de Enrique IV el Impotente aparece doña Isabel de Castilla, cual luminoso faro que en noche tempestuosa guía al perdido viajero hacia un seguro puerto de salvación.
Tras derrotar a Juana la Beltraneja, hija de Juana de Portugal y del favorito del rey, Beltrán de la Cueva, y tras morir accidentalmente su hermano, Isabel da el salto definitivo al trono casándose con Fernando de Aragón, con el que funda el estado moderno de España.
Los reyes católicos, Isabel y Fernando, tanto monta monta tanto, conquistaron para los cristianos gran parte de la península ibérica y el norte de África, en aquel tiempo en manos de los musulmanes; invitaron a marcharse de España a los que no quisieron seguir las normas del catolicismo y descubrieron para los indios de América los evangelios. Isabel mostró durante su reinado todas las virtudes de la mujer y todas las grandezas del hombre, pues fue a la vez protectora y buen gobernante, hábil político y valeroso guerrero. Dictó y promulgó las más nobles providencias sociales y económicas, y protegió la industria y el comercio, las letras, las artes y las ciencias.
No cabría en un altar persona con tantas grandezas.

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